Se decía que era obra alemana, pero la motivaron otros, los que hundieron a los teutones en la miseria. Y hasta la Ciudad Lineal se vistió de Plaza Roja; ¡victoria y euforia! Hoy a las valquirias se las follan los españoles; quedó conquistado el Walhalla.
Lejos de la noción del bien y del mal; lejos de estar cuerdo, pero viéndose bien consciente; lejos de parecerse a Tristan Tzara, muy lejos a Julio César, no tan lejos de casa; lejos de lejos, vio y quiso, y no pudo, manipular toda una metáfora de la vida. Amanecía, como casi siempre, Hume mediante. En una de las aceras se presentaba el flamante automóvil, marca Mercedes, color granate, impoluto descapotable de algún adinerado, ladrón o endeudado. Sobre el lado opuesto, por su majestuosa parte, encontrábase en perfecta armonía y equilibrio una letrina, la taza de loza perfecta que le habría sobrado a alguien después de que a ese alguien le hubiera dejado de sobrar lo poco armonioso y desequilibrado de sus imperfectos desechos para aquellas tragaderas. Y si había algo que le habría apetecido al sujeto iracundo, al que pasara y viera conjuntados ambos elementos, como si de un instinto primario se tratara, de sexo salvaje, de sed extrema, de indigente hambruna, de sueño eterno, eso era lanzar, o al menos colocar el sanitario sobre el precioso y rodante fruto de la ingeniería, para poder contemplar, incluso inmortalizar, el maridaje hecho obra maestra del absurdo, de la venganza frente al destino desconocido, desatino de lo conocido. Al final no lo hizo; no hizo nada; pasó y fue directo a su cama; se arrepiente.
A falta de más tiempo, recogería el testigo de otro fragmento de noticia, ajeno y algo ridículo, un recorte sin desperdicio: "La inclusión del Pontífice en la lista de mejor vestidos ha hecho que el Gobierno eclesiástico denuncie en un artículo que se trata de 'una frivolidad que es muy característica de una era que tiende a trivializar todo y a no entender'. En el artículo, se explica que los zapatos del Papa y sus llamativos sombreros no tienen nada que ver con la vanidad, sino que responden a la tradición. 'El Papa, en resumen, no viste de Prada, sino de Jesucristo', añade el artículo".
Da para muchos comentarios, pero como ya se había dicho, no sobraba tiempo. En fin, nunca es malo destacar por surrealisme.
Iba a hablar de otros temas quizás más pertinentes, o no, pero después de leer cierto fragmento de una noticia de El Mundo, tenía que transcribirlo: "Durante 15 minutos, 37.000 personas estuvieron sentadas ante la televisión viendo una pantalla en negro. Fue entre las 15.45 y las 16.00 horas, cuando la cadena pública madrileña acaparó un 2,4% de la audiencia".
Cabría preguntarse quién y cómo medía eso, y sobre todo, de ser verídicos los datos, si existiría gente mucho más idiota de lo que creía como para embobar su mirada delante del oscurecido y plano fondo de una huelga televisiva. Así, incluso se podría invertir en publicidad para una programación de espacios vacíos.
En ese sentido, vendría bien una cita del gran Pérez de Albéniz (desde hace un tiempo en Soitu), citando a su vez (y recitando Vengando) El rey de la Habana, de Pedro Juan Gutiérrez: "Pedro Juan Gutiérrez, contundente escritor cubano que acostumbra a llamar a las cosas por su nombre (pinga a la pinga y bollo al bollo), decía en una de sus novelas que el hombre se acostumbra a todo: 'Si todos los días le dan una cucharada de mierda, primero hace arqueadas, después él mismo pide ansiosamente su cucharada de mierda y hace trampas para comer dos cucharadas y no una sola'".
Demasiada gente hay con vocación de tragar, lo que sea.
-¡Supongo que será una broma!
Pararon las cortesanas, y mientras el Consejero en pie empequeñecía ante Vengando furibundo, un simple gesto con la cabeza de éste hizo que se llevaran la música a otra parte. La tormenta, aunque leve, dejaba entreoír de nuevo su estruendo.
-Hay al menos tres informes aquí que no he pedido.
-Lo sé, Excelencia. Los asesores me insistieron...
-¡Los asesores te insistieron en mierda! Por los sellos veo que ni siquiera pertenecen a sus respectivos departamentos, y que tampoco los han supervisado los lugartenientes a los que les correspondía. Y me los traes de esta manera, sin más. Hay hasta opiniones incompatibles entre sí. ¡Esto es una locura, una incongruencia! ¿Qué son, trabajos voluntarios de esos asesores?
-Ellos me insistieron, Señor -El Consejero no podía mantenerle la mirada-, por el bien de su Gobierno.
-El bien de mi Gobierno o de mi desgobierno es asunto mío. Te diré algo: Para intoxicar de opiniones ya estoy yo; que no me hagan perder el tiempo. Quien ofrezca un proyecto que choque con la trayectoria general no se convierte en un obstáculo, se convierte ipso facto en mi enemigo directo. Y esa interposición es peligrosa.
Se levantó el mandatario ante su mesa e hizo añicos todos los papeles presentados para, de inmediato, lanzarlos sobre el tácito subordinado.
-¡No quiero oír ni una estupidez más! Retírate y manda a alguien que recoja todo esto. ¡Y haz que no interrumpan mi camino las peregrinas razones de esos asesores! Veo que sus intereses no son los míos. Que se dediquen a aquello para lo que están, que no creo que sean unos imberbes y aburridos críos que tengan que inmiscuirse en temas ajenos a su labor. Mis prioridades están claras y ellos no deberían ni presumirlas; para eso está jerarquizado el sistema.
Vengando podía serlo todo. No se trataba de una cuestión de que fuera él y su circunstancia, o que constituyera a la vez el principio y el fin o lo que quedaba del resto de la existencia, que en el fondo también... Consistía sobre todo en que era capaz de ser el bien y el mal, el dominante y el sumiso, el rico en la realidad y el pobre en la ficción, el libre absoluto y el preso bajo pena de perder toda voluntad, el activo y el contemplativo, el consciente y el loco, el vividor suicida, hasta el fantasma no muerto, el conquistador conquistado y el burlador burlado, un agoráfobo diluido en horror vacui, quid pro quo. Y no hacía caso al Consejero cuando le decía que lo peor de un actor le ocurría al meterse en su personaje de tal manera que éste llegaba a invadirle para siempre el alma. No le hacía caso porque con seguridad ya era demasiado tarde y actor y personaje se unían ya en un todo, alma de un desalmado, desalmado en pena y alegría de cuerpo presente, pasado y futuro, todo junto. Como excepción, nunca sería ni sueño ni insomnio, siempre pesadilla, siempre nunca.
Quizás hasta los dichos populares se equivocaran. Los pies de barro de un gigante no le hacían a éste tan poco peligroso; sí más lento, pero también mucho menos previsible. Todo aquello que aún podía moverse era digno de que se le prestara atención. Si no temor, merecía un respeto, pues nadie iba a conocer el plan exacto de cada movimiento ajeno hasta que lo tuviera ante sus incautos ojos. Y alguien podría decir que torres más altas habían caído... Mejor sería que cayeran del todo, y mucho mejor, sobre las más bajas, ahorrando tiempo y esfuerzo.
Se le ocurrió salir a la ciudad en plena noche, sin avisar más que a una reducida escolta de guardia que le acompañaría. Pese a los faroles, parecía como si pulpos gigantes rondaran flotando por el aire y espesaran con sus tintas el ambiente; ni siquiera la poca iluminación quería diluirlo. El silencio, como el peso de las losas, absoluto, no se rompía ni con las marciales pisadas del séquito. De hecho, todo era silencio; parecía, más que una poblada conquista de su voluntad, una ruina de lo que fuera en tiempos de bonanza y libertad. La oscura capa del uniformado avanzaba ondeando por las amplias avenidas desiertas, sólo interrumpidas por carros de combate y patrullas de tahures y grandes fumadores aislados en puntos estratégicos, pero también se decidió a recorrer callejas sinuosas, más abandonadas, llenas de recovecos tras los cuales, en cualquier momento, podía sorprender una conspiración. No debía olvidar que se encontraba solo (ante su propia empresa, ante el mundo, ante la vida, ante la esquina de un establecimiento sin ninguna importancia, pero, seguro, con un sótano ilegal que no iba a intervenir en ese momento, porque no), y no obstante, de no ser porque él era quien daba miedo, habría estado aterrorizado.
De entre los terrenos del tirano, de su Jardín Babuino, los monos salieron a campo abierto armando un pequeño motín. Se descolgaron de la frondosa arboleda, consiguieron incordiar a los operarios y les quitaron utensilios (excepto las tijeras de poda, por suerte) con los que examinar más divertidos sus propias heces o expulgarse mejor entre ellos, así como alguna indumentaria con la que disfrazarse y jugar, guantes gigantes para sus minúsculas manos y algo de la prensa más reciente. Por supuesto, los macacos de Vengando leían. Fue por eso que pudieron chillar de risa al enterarse de que Europa aprobaría el cobro de las llamadas teléfonicas a quien las recibiera o que seguiría con el Tratado de Lisboa, por mucho que en los comicios, aunque fuera en unos aislados de Irlanda, los ciudadanos se negaran. ¡Para tanto servía la democracia! No era más que un "incidente". ¿Y no habían ya aceptado también los altos dignatarios, indignos altivos más bien, que se trabajara 65 horas semanales? De alguna manera habría que contrarrestar la competencia oriental; se tendría que imitar hasta la calidad de sus productos, tanto como su visión de los Derechos Humanos, del trabajo sobrehumano y de las condiciones laborales infrahumanas. ¡Eso era el mundo civilizado! Y había además quien por "sólo" unos 140.000 euros contrataba cuatro minutos de ingravidez a 110 kilómetros del planeta. No se escucharon tales carcajadas de los macacos ni cuando descubrieron que por Google inexorable su amo era segundo como "Persona non grata", precediéndole tan sólo una entrada con la definición de la expresión misma.
-¿Por qué soñó el mortal siempre con el cielo? ¿Qué suerte motivó al mísero y humilde a querer volar? ¿Cómo se le metió entre ceja y ceja tal estupidez, como si la substancia terrena no le bastara? Lo más lejos que se ha llegado es a ver un planeta redondo, más o menos azul, contaminado y turbulento desde una ventanilla, rodeado por una oscuridad que ni el sol ni las estrellas menguan. Sólo al estratega le sirve para algo la vista de pájaro; sólo a quien quisiera dominar el mundo le debería interesar esa perspectiva que algún día remoto inventaran los cartógrafos. Y no obstante, es el ávido de poder quien prefiere siempre quedarse en tierra. En fin, no dejamos de ser homínidos, meros primates, simios que trastean con utensilios variopintos en pos de fines con poco sentido.
-Me estoy acordando de aquél que vino pidiendo tanta documentación y tanta información, ofreciendo a cambio humo. Sabes de quién te hablo. Y es que estamos rodeados de hijos de puta. Hasta el mismísimo padre de Lautréamont, en cuanto murió éste, según se cuenta, intentó borrar todo rastro de su hijo, como si no hubiera existido. Y lo consiguió durante una media centuria. Resultará algo irónico, pero no te fíes de nadie, Consejero, de nadie. Si alguna vez caes en manos de gente así, para eso está la píldora de cianuro.
No parece que haya huelga, crisis, desastres... Lo primordial es que, manipulando el lenguaje hasta níveles del todo insultantes, una alta carga pública haya feminizado el término 'miembro'. Tan importante ha reventado el acontecimiento que casi es el tema por excelencia. Y podría haber sido peor. ¿Qué pasaría si un país en recesión utilizara la palabra 'recesión'? ¿Si se acabara el petróleo sería lícito volver a emplear el termino 'jumento'? ¿Don Quijote podría enfrentarse alguna vez a una central nuclear (o "nucelar") en vez de a anticuados molinos de viento? Y ya de paso, ¿Molina puede ser el apellido de un portero? ¿Qué considerarían de todo esto los académicos? Estos mismos no son más que esclavos, cuya existencia aún no se entiende, y como siempre, el lenguaje es de la calle. Si un término distorsionado consigue la suficiente publicidad, entrar en el diccionario debería ser de lo más fácil. Se usa, luego existe. Del magín individual, del de cada uno, y cada uno de su padro y de su madra, se pueden insacular los palabros y las palabras que se quieran; con lo bonito que es jugar con tales elementos...
Resulta de irónico hasta sarcástico. Cuando lo políticamente correcto da asco, y cada vez se habla más en eufemismos, reinventando el idioma y sus expresiones y discutiendo sobre "desaceleración profunda de la economía" o "daños colaterales", verbigracia, es porque en realidad importa todo una "miembra" viril, un pollo, para que peor se entienda.
Y se nota que la gente se aburre una barbaridad...
Los problemas económicos se pueden convertir en bufonadas, muy graciosas entre los poderosos, bastante incómodas, a veces insoportables, entre la ciudadanía de a pie. Cortinas de humo, eso es lo que venden (que ni siquiera regalan), subestimando la inteligencia del pueblo. No obstante, si los políticos dejaran de jugar con las palabras y llamaran a cada cosa por su nombre, otros asnos rebuznarían; habría que mentir y manipular de cualquier otra manera. Para ellos, sobrevivir es vivir por encima de las posibilidades presentes. Si la situación es buena, el beneficio es para ellos; si es mala, también el beneficio es para ellos. Y hay hasta carroñeros que saben cómo sacar provecho de las crisis. Por desgracia, Picasso ya decía de la definición del arte lo que el ávido acaudalado podría decir sobre el secreto de su economía: "si lo supiera, no se lo diría a nadie".
Nadie esperaba la ilustre visita... El uniformado, discreto y sin decir nada, se adelantó a su séquito para apostarse sobre la balaustrada superior y oteó entre la oscuridad del panóptico. Más por aburrimiento de los centinelas que por ánimo de los presos, aunque estos eran los que más lo disfrutaran, se había montado el cinematógrafo, proyectando viejas obras cómicas para aquellos que en el gesto ya tenían marcada de por vida la claustrofobia. El frío muro, pese a la rugosidad de la piedra, dejaba ver con nitidez escenas de Entr'acte, de René Clair, aquella obra sin parangón que introducía el humor en algo tan serio, en su momento, como la tendencia que la avalaba, un escándalo para la burguesía. Muchos presidiarios reían a carcajadas y se increpaban; otros, apartados, incluso se metían la mano entre las piernas con la imagen de la bailarina barbuda danzando, tal era la locura en ese ambiente. No pasaba nada porque allí se divirtieran un poco. El resto del tiempo habría lágrimas y esos infelices ya no iban a ninguna parte. Donde no estaba tan a gusto el mandatario con las risas era fuera. Para los ciudadanos no debía existir ningún sentido del humor. "Que echen horas hasta dar la vida". No estaba sino deseando que aumentaran los horarios laborales. Cuanta más producción, más se beneficiaría su régimen. Y no había para él nada más divertido que eso, que las desazones de los demás, junto a sus ganancias, estuvieran en sus manos.
-Creer en algo podría considerarse un gran error. No basta. No todos pueden alcanzar el nivel de consciencia de Giordano Bruno o de Nietsche. Creer impide estar seguro; es ignorar en gran parte, y sobre todo, hablar demasiado para convencer a los demás, para no quedarse solo en la propia mentalidad, para desequilibrar la balanza de la sensatez ajena. Por el contrario, conocerse a uno mismo es el principio; Sócrates tenía bastante razón. Después de eso, ya se podría contar con los cinco sentidos. Y si además uno llegara a ser capaz de conocer con mayor dimensión todo, podría incluso prever el futuro; no creer en él, prepararlo. Descartes dijo: "Cogito, ergo sum". Yo corrijo: "Volo, ergo possum", quiero, por tanto puedo.
Los poderosos miraban con desconfianza al pueblo. Era la empatía, y también que alguna que otra huelga había provocado derrocamientos infaustos en pasados no muy remotos. Pese a ello, sólo existía (y persistía) una diferencia, bastante importante, entre los de arriba y los de abajo: A los primeros no les faltaría jamás de nada.
"Poderoso caballero es don Dinero". La gente se ponía nerviosa, en las tiendas se compraba con inquietud y la alarma económica se extendía como la peste, aunque no era ésta ninguno de los nuevos "cuatro jinetes": Desempleo, Inflación, Deuda y Desabastecimiento.
Y no por mucho haber leído hasta entre líneas a Julio César se podía ser competente en tranquilizar a las masas, en ofrecer optimismo, aunque hasta la saciedad se insistiera en ello. La situación podía ser pésima, pero el contagioso mensaje de positividad constituía una de las máximas responsabilidades del gobernante, y éste no lo estaba consiguiendo.
De cualquier manera, era muy fácil pasar del "todo para el pueblo pero sin el pueblo" al mucho más sintético y cómodo "todo sin el pueblo", pasar sin más. "Que se jodan", pensaron sin decirlo del todo desde arriba...
El sol y el tristeazulado cielo se alternaban para inundar el patio cuando entró el Consejero y vio el degradante espectáculo. Se dirigió a su superior, en un lateral, mientras varios centinelas tiraban de un hombre encadenado, sacándolo por el portón principal.
-¿Qué ocurre, Excelencia?
El omnímodo, con las manos a la espalda, no contestó; tampoco apartó los ojos de la mirada angustiada de aquél al que se llevaban semidesnudo y arrestado, arrastrado, como un animalillo que se retorcía sin substancia.
-¿Qué ha hecho?
-¿Le conoces?
-Es uno de los lugartenientes de su confianza.
-Ya no lo es.
-¿Qué ha hecho? Permítame de nuevo la pregunta.
-Nada malo que yo sepa... ¿Tú has leído a Kafka?
-Hojeé alguno de sus libros, sí.
-El proceso -fijó sus inquisitoras pupilas en el Consejero-, me refiero a ese sobre todo.
-Hace unos años, Excelencia, ¿por qué?
-Digamos que ese infeliz ahora mismo está viviendo una suerte similar a la del protagonista del libro. La gente cuando fracasa, aunque no lo merezca, se siente culpable. A este miserable en circunstancias más afortunadas le podría incluso haber elegido sucesor, pero le he escogido al azar, en cambio, para ponerme un ejemplo vivo y a la vista. Ahora mismo se estará preguntando qué ha hecho, como se lo preguntarán sus compañeros o te lo preguntas tú. Y con seguridad sabrá de algo malo en lo que haya incurrido, por mínimo que sea, y llegará a pensar que merece su pena. Son tantos los que caen en desgracia sin tener culpa de nada... Una enfermedad, un accidente, aunque los sufriera una persona cercana, se considerarían culpa propia, si no un castigo por algo malo cometido en otro tiempo, como si todos los errores del pasado se pagaran.
Atravesado el arco de entrada, se perdía de vista el grupo, ya con el cielo nublado, sin luces ni sombras entre ellos.
-Podría haberle sólo destituido, dejarle sin trabajo, y ahora no sé si ordenaré su ejecución o la cadena perpetua. Supongo que será al azar, como su elección. Parecerá, pues, un capricho, pero en el fondo la suerte es la peor y más cruel de las tiranías. Y eso ya no depende de mí.
Tal vez debía aprovechar la Feria, aunque no sabía de ningún título que pudiera necesitar, como si ya hubiera leído todo lo que tenía que leer... Miraba sus saturados estantes y allí, por supuesto, estaban entre otros autores menores los indispensables Roa Bastos, Lautréamont, Alighieri, Goethe, Maquiavelo, Nietzsche, Tzara, Le Corbusier, Carpentier o del Paso... Sin duda, como bien se sabía, eran sus favoritos.
También podían encontrarse, aparte de las leídas más o menos por obligación de Galdós, Unamuno, Borges o García Márquez, obras igual de importantes y tan recomendables como el Satiricón de Petronio; el algo menos raro Vathek, de William Beckford; La conjura de los necios, obra divertidísima de Kennedy Toole; la también muy entretenida O César o nada, de Vázquez Montalbán; los estratégicos Comentarios de Julio César; la Celestina, con seguridad el mejor texto en castellano; El Señor Presidente, preciosista y triste, de Miguel Ángel Asturias; el nostálgico Gatopardo de Lampedusa; Los niños terribles de Cocteau; por supuesto, la descatalogada (en español, aunque aún posible de encontrar) Aventura Dada, de Georges Hugnet; o libros algo más olvidados como los satíricos e insuperables de Apuleyo, Rabelais, Quevedo, Carrere o Jarry.
Vio incluso algunos de cuya existencia ni siquiera se acordaba (así serían, y se podría hacer también una tonta lista), y aún le faltaba por leer, aunque sin ganas, el celebérrimo Quijote, qué osadía.
En fin, había intervalos de tiempo en los que no volvía a descubrir ninguna obra maestra, y aunque no era el caso, dada la época y la circunstancia, se planteaba si habría alguna todavía necesaria. Claro está, su vida habría sido otra de no tener tales lecturas (aunque siempre la natural curiosidad destina los objetivos), y aún podía cambiar más; somos lo que comemos, como lo que cagamos (que dijo el poeta), pero también lo que leemos, lo que rechazamos leer, y de lo que leemos, lo que rehusamos, lo que aceptamos y lo que tergiversamos. ¿Qué se le va a hacer?
Siempre hay alguien a quien le encanta cortar alas. Atrocidades y censuras tiñen el nombre de la fama. Una de las grandes maldades de los poderosos, en este sentido, está en contratar a grandes genios y maestros para desperdiciarlos en proyectos ridículos, futiles, muy por debajo de su talla. Dicha injusticia ha existido a lo largo de la historia, y sin embargo, se dieron casos, pocos, en los que el talento no llegó a prostituirse; casos en los que se impusieron unos principios, un estilo, una dinámica del propio individuo; pocos que no se dieron a la venta tan baratos (aunque se les ofreciera la vida paradisiaca de la cortesanía en homenaje al tirano de turno). El capricho debe ser del sabio, del librepensador solvente, del artista, no de quien le contrata. Y a quien no le guste que no mire. Algunos hombres excepcionales, desde Dante a Picasso, así parece lo entendieron, aunque tuvieran que ser exilados o desterrados, profetas en tierra ajena, alguna vez prohibidos y después por la humanidad reivindicados. Y nadie puede decir que se equivocaran.
-Y me decían que el ser humano es un animal racional... Hoy, con el descubrimiento de los vestigios de una cuarta pirámide en Egipto, aún mayor que la de Keops, y por tanto, la "Grande" a la que se debió de referir Herodoto, se me ha puesto un gran ejemplo de lo contrario. Somos tan racionales como para realizar todo un canto a la geometría que imite a una montaña y se acerque al cielo, algo que venerar durante siglos sólo por su grandiosidad y su soberbia matemática; sólo por su poliédrica bestialidad. Tan dadaístas somos en el fondo que el ser humano no es racional, sólo irracional y consciente. De hecho, el dadaísmo debería considerarse nuestro gran descubrimiento, nuestra esencia, la recuperación del instinto más primario, el infantil cumplimiento del deseo de, al ver un charco, saltar sobre él y salpicar y llenarnos de mierda. Pues, ¿quién resultó más racional, los egipcios que idearon semejante proyecto para una simple tumba, o los romanos que, viendo que tal edificio no daba ni sombra en los momentos más duros del día, la destruyeron con fines quizás más funcionales y pragmáticos? Nos sorprendería y aterrorizaría tal detalle de lucidez. En excepciones así es cuando buscamos nuestra supervivencia como los verdaderos animales, pero somos irracionales, e irreverentes del todo en nuestra sinrazón; hasta hacemos daño por mera diversión. Nos autocomplacemos de nuestra voluntad, cada cual con la suya propia, y sin embargo, hay quien también es sumiso en pos de ideas absurdas o de tradiciones cuyo origen ya se desconoce. Los más radicales y fanáticos son incluso capaces de idolatrar la imagen de un hombre clavado y torturado en una cruz. Y hay quien me espeta lo que es lógico. El acuario de medusas de la fachada de mi palacio no lo será; la redescubierta pirámide, tampoco. No somos racionales, no; somos el único animal consciente, consciente de su dolor, consciente de su propia muerta, de la idea de la muerte en sí. Por eso podemos ser grandes constructores de tumbas. Y aun así nos hemos constituido también en el único animal que se ríe, y hemos tergiversado tanto las cosas que lo natural nos parece obsceno. ¡La ironía es nuestra! Lo raro, lo ilógico, es que, tan avanzados, con tantas luces, hayamos sobrevivido hasta ahora.