Los poderosos miraban con desconfianza al pueblo. Era la empatía, y también que alguna que otra huelga había provocado derrocamientos infaustos en pasados no muy remotos. Pese a ello, sólo existía (y persistía) una diferencia, bastante importante, entre los de arriba y los de abajo: A los primeros no les faltaría jamás de nada.
"Poderoso caballero es don Dinero". La gente se ponía nerviosa, en las tiendas se compraba con inquietud y la alarma económica se extendía como la peste, aunque no era ésta ninguno de los nuevos "cuatro jinetes": Desempleo, Inflación, Deuda y Desabastecimiento.
Y no por mucho haber leído hasta entre líneas a Julio César se podía ser competente en tranquilizar a las masas, en ofrecer optimismo, aunque hasta la saciedad se insistiera en ello. La situación podía ser pésima, pero el contagioso mensaje de positividad constituía una de las máximas responsabilidades del gobernante, y éste no lo estaba consiguiendo.
De cualquier manera, era muy fácil pasar del "todo para el pueblo pero sin el pueblo" al mucho más sintético y cómodo "todo sin el pueblo", pasar sin más. "Que se jodan", pensaron sin decirlo del todo desde arriba...
Atentado por VENGANDO a las 9 de Junio 2008 a las 07:42 PM