Siempre hay alguien a quien le encanta cortar alas. Atrocidades y censuras tiñen el nombre de la fama. Una de las grandes maldades de los poderosos, en este sentido, está en contratar a grandes genios y maestros para desperdiciarlos en proyectos ridículos, futiles, muy por debajo de su talla. Dicha injusticia ha existido a lo largo de la historia, y sin embargo, se dieron casos, pocos, en los que el talento no llegó a prostituirse; casos en los que se impusieron unos principios, un estilo, una dinámica del propio individuo; pocos que no se dieron a la venta tan baratos (aunque se les ofreciera la vida paradisiaca de la cortesanía en homenaje al tirano de turno). El capricho debe ser del sabio, del librepensador solvente, del artista, no de quien le contrata. Y a quien no le guste que no mire. Algunos hombres excepcionales, desde Dante a Picasso, así parece lo entendieron, aunque tuvieran que ser exilados o desterrados, profetas en tierra ajena, alguna vez prohibidos y después por la humanidad reivindicados. Y nadie puede decir que se equivocaran.
Atentado por VENGANDO a las 3 de Junio 2008 a las 08:52 PM