Pensó, brevísima reflexión, que ni "carpe diem" ni cojones, pero cualquier problema pocas veces llega a ser "el mayor problema".
-Pasa.
Entró el Consejero a ver qué bicho habría picado al tirano. El compartimento, bastante amplio y en maderas nobles, podía quedar lejos de aquel blindado en el que Lenin llevara consigo el secreto de las revoluciones. Mucho más lejos quedaba de la tartana en que algún día remoto, siendo Vengando un mero soldado más de entre todos los que estaban en fila y enmascarados como insectos sin identidad por los posibles gases tóxicos, les enviaran para otra guerra... Eran otros tiempos, ocasiones en las que hay que pasarlo mal para valorar y aprovechar bonanzas venideras. El superior escribía ante la botella y la copa que mecían su contenido al ritmo de la locomotora. Por la ventanilla, se veía cómo pasaban de largo estaciones y constelaciones. Recorrían las endemoniadas vías de los sueños desde la ultratumba, cuando estío y hastío no compartían tan sólo unas pocas letras. En verano se congelaba todo más que en invierno, pero esa época que enloquecía a las masas ya acababa. El uniformado estaba seguro de la proximidad de nuevos e interesantes movimientos.
-Ten; haz que codifiquen estos mensajes y que los manden. Aunque no sean lo esperado del todo, puede que muy pronto haya noticias. Si no, habrá que provocarlas de cualquier manera.
Por aquella ruina arquitectónica, Vengando se paseaba junto al Consejero temeroso buscando nuevos pactos ultramundanos. Sus uniformes de rojos, negros y oros en armonía contrastaban con la oscuridad de la mayoría de invitados allí reunidos, sólo acentuados o por las difusas y escasas luces de anaranjados reflejos, o por la azulada atmósfera de la luna llena, que se colaba por entre los nervios de una macroestructura gótica y fea con las bóvedas desaparecidas.
Al aroma de cierta humedad en algunos rincones concentrada, se unía otro aún más desagradable de puro azufre diluido. Bajo aquel nido de víboras, con el traqueteo continuo de los túneles ferroviarios, seguían llegando invitados, la mayoría personajes desconocidos de rostro vampírico, enjuto y macilento. Reconocía el dictador mejor que a aquellos que ascendían por las bocas bestiales de las escaleras el parentesco de las cabezas animales colgadas por los pilares y por los escasos fragmentos de muro, y así, podía identificar decapitadas piezas semejantes a Rembrandt, a Voltaire, a Bismarck, a William Randolph Hearst; otros bichos parecían incluso los de Maldoror y Gregor Samsa. Varios de ellos aún estaban sin colocar, y gigantes Gargantúa y Pantagruel los iban extrayendo de un saco, discutiendo su lugar adecuado, mientras vociferaban y reían grotescos.
En el centro de la muchedumbre y la barbarie, y bajo la potente luminaria de una cenital lámpara en forma de tetraedro, una bailarina encapuchada, con el oscuro velo atado con holgura sobre sus hombros, y sin nada más debajo, danzaba y se contorsionaba, creando fantasías de sombras, los leves y vibrantes efluvios de una música oriental. Sólo asomaban, en repentinas ocasiones, sus senos, su vientre, sus piernas hasta los cristalinos pies, y enigmáticos y eventuales, sus labios, sus dientes. Se arrodillaba al son, se sentaba con los muslos abiertos, y de entre ellos aparecía sinuosa una tarántula que, al levantarse de nuevo, ascendía por su hilo hasta el más profundo de sus misterios sin que se vislumbrara un ápice de luz en el terreno. Volvía entonces la sonrisa pícara y castradora de femme fatal. Ante la espectral presencia, una marea de desconocidos pululaba y se perdía en conversaciones de otros tiempos. Entes licantrópicos y endemoniados negociaban allí con esclavos en cuerpo y alma, sobre todo en alma, y con elixires y recetas de poderes inimaginables.
-Emperador -escuchó muy cerca-, es todo un honor tenerle por aquí.
Quien se había dirigido a Vengando de tal manera ("Emperador"), la Condesa Báthory, se aproximó a él y besó los labios del dictador, quien se apartó en cuanto sintió los colmillos acechantes. La sedienta de sangre pretendía tentadora un trato; se lo susurró. Él, tajante, lo rechazó. Habría preferido caer en la enigmática tentación de la dama de la araña.
A lo lejos se oyó un grito airado y bastante reconocible de la Reina de Corazones. Pese a la indiferencia general, se percató Vengando entonces de la distribución de algunas armaduras por la amplia nave, y sobre todo, de que muchas de esas panoplias inmóviles en apariencia se movían, buscando quizás la muerte eterna, espadazo por la espalda, de los pocos vivos que allí se encontraran.
-Salgamos de aquí y volvamos a lo terrenal -sugirió al Consejero-; esto no iba a ser más que un malhadado capricho. Lo intentaremos otra noche, tal vez.
-Padecen idiotismo, sin duda... Siempre hay alianzas interesadas e inadecuadas, y alguien que quiere traicionar a alguien. Cada vez siento más conspiraciones en la sombra a mi alrededor, y no bajo mi sombra, como debería ser. Cuídate de ellas, Consejero; conmigo no pueden, pero los segundos cargos tampoco dejan de ser jugosos. Y si te llegan a rebasar, sin duda, elegiré al que mejor lo haga, que yo también soy humano y mezquino.
La cola de una aeronave ha marcado desafortunada tumba.
Con su soledad, con todo su frío, la muerte es a veces demasiado repentina y demoledora... Y de muy poco pueden servir las palabras.
Podía estar ubicuo en las sacras Panateneas, en los Juegos Olímpicos y en sus benditos jardines, a la vez. Era agosto; era calma, solaz, todo en demasía hasta el aburrimiento, y lo quería abarcar todo, todo en demasía hasta la apoteosis. Aparte de guerras y jugadas estratégicas (sociales, económicas, culturales), añoraba alguna rebelión interna. Recordaba las más grandes de Francia, siempre primera en apariencia por lo convulsa, y también las de otros muchos países, desde México hasta la India. La mayor parte de las veces se permitía el lujo de ignorar revoluciones tales; era su gran afición. En otras ocasiones, por el contrario, las había promovido el propio tirano para entretenerse. Corrían entonces tiempos de tener bajo control los terrenos, los ciudadanos, la voluntad y la consciencia globales. En la circunstancia que vivió después, sin embargo, era como si hubiera olvidado la forma de crear esas insurrecciones, o de atacarlas y sofocarlas. Debía hacer algo. No podía, no debía perder la memoria. Era él, al cabo, quien tenía el poder pleno. Saludó la estatua del Partenón, pasó de las pruebas de atletismo por visitar la muralla china, y a la sombra de su retrato ecuestre en bronce, mientras veía atardecer junto a su palacio, cogió planos de estrategias pasadas e intentó vislumbrar su futuro en los posos del grafito que blandió con ahogado denuedo y asfixiado brío.
Sobrevolaba la ciudad de un extremo a otro, sabiéndose sublime, con la fuerza de las nubes para crear tempestades, con la grandeza de un astro que eclipsara el universo. Reflejo y a la vez esencia de los cielos, componía una imagen de incomparable belleza, con su lentitud casi estatuaria, su solemnidad y su elegancia.
Desde aquella altura, todo se veía tan pequeño, tan insignificante, que intentar aplastar el planeta entero, más que en una opción, podía convertirse en un acto ético y un deber poético. Cuestión de pura voluntad, al menos en la abstracción de la idea lo habría hecho; quedaba por escrito.
Tras una ardua jornada encerrado en su studiolo, el uniformado se retiró y su Consejero, entrando furtivo, pudo ver lo realizado. Allí había libros de arte, biografías y tratados sobre estrategia bélica, así como planos por todas partes esparcidos, todos ellos en desorden, abiertos y con dibujos y anotaciones infinitas a lápiz. Fruto de un enloquecimiento endemoniado o de la más pura revelación de la genialidad, encontró incluso que su superior había teorizado sobre la idea de posesión de obras de arte, o que había trazado planes sobre mapas de Osetia, Georgia o Rusia (junto con la redacción de caóticas condiciones para su guerra), y hasta mapas también de países inventados por él, como si no le bastarán los ya existentes.
Intentó no tocar nada, pero descurbió una frase del mandatario, que podía decirlo todo, escrita sobre un plano de Farsalia en el libro de Julio César: "La influencia de las más grandes personalidades de la historia elevan el espíritu, pero no dejan de ser a su vez el calibre que no podrá superar el mismo". Fue la única que descifró el Consejero de la caligrafía de Vengando. Sintió un escalofrío. Y sabía bien que los retratos de la estancia le vigilaban.
Existen manos milagrosas, auríferas como las del rey Midas, curativas, constructoras, también destructoras, manos hedonistas en cuanto a masturbadoras y altruistas en cuanto a mamporreras. Todos esos apéndices de dedos en general largos, para nada incorruptos y siempre ávidos de salvación propia, se echan todavía sobre obras como las tocadas por las manos de un elegido, Marcel Duchamp, manos bromistas, dadaístas, esclavas de su inteligencia superior y abstracta, y geniales hasta en su pereza, la pereza de quien dejaba hacer. Si poder entrar en contacto con algo que puede haber sido sólo palpado, acariciado por esas manos poderosas de quien llegara a perderse por mucho tiempo en el mundo del ajedrez (ese juego de también manoseadas piezas) puede tener algún valor, si eso es arte más que antiarte como él pretendió, junto con sus amigos y compañeros, para criticar y demoler todo lo establecido, es que no se ha entendido nada, o que se entienden muy bien los intereses propios más hipócritas, sabiendo además de la necedad ajena. Todos se ríen de todos sin saber muy bien, exceptuando el mismo Duchamp, por qué.
En resumen, se dan épocas en las que ni para la cultura parece haber progreso.
Lejos de la guerra, y hastiado ya de los empresarios, banqueros y asesores financieros con los que se había reunido durante todo el día, y hastiado sobre todo de sus soluciones peregrinas (una lástima no ser dueño del petróleo), el mandatario, con esa "alegre" compañía, acudió al teatro mucho antes de lo que se esperaba. De hecho, el director de orquesta, cuando le vio, se inquietó y pidió a uno de los trabajadores allí que fuera a preguntarle si debían empezar ya, aunque no se hubiera ocupado ni la mitad del aforo.
-Que no se preocupe; le haré desde aquí una señal inequívoca con el cetro -le contestó al emisario cuando llegó al palco con la duda.
Sonaban los instrumentos afinándose, estruendosos y maullantes. Y las gentes del pueblo llano entraban y veían con incertidumbre que el tirano había llegado antes que ellos. Musitaban. "Panem et circenses", pensaba Vengando. "Poco se pueden quejar mis ciudadanos de que no les trato bien; hasta les ofrezco entradas gratuitas de espectáculos populares". En eso, concluyó su paciencia (los "amenos" acompañantes volvían a hablarle de la crisis, y ya casi todo el teatro estaba lleno); que comenzara ya aquello, algo tan apoteósico como populachero, una zarzuela de Ruperto Chapí ideal para las masas, y para que se callara al fin todo el mundo.
-¡Queremos guerra! ¡Queremos guerra!
Con una cierta falta de respeto, pero también con un ánimo que le enorgullecía, sus aguerridos muchachos gritaban, puño en alto, pidiendo la intervención.
-¡Queremos guerra! ¡Queremos guerra!
Vengando, que pasaba altivo entre ellos, ondeando a cada pisada, pese al calor, su capa oscura, y sin mirar a ninguno a los ojos, se dirigió a la salida del cuartel tras la insustancial arenga de turno.
Había contactado con Rusia y con Georgia (con Osetia del Sur, no) y estaba dispuesto a movilizarse. ¿Lo haría? ¿De qué lado se decantaría? Como la del País Vasco del Norte o la de la Cataluña del Este, la independencia de Osetia con seguridad sería, sobre todo, un capricho de políticos, Vengando el primero. Lo haría, quizás, siempre con condiciones. Tras él y su séquito cerraron las puertas.
-¡Queremos guerra! ¡Queremos guerra!
Se alejaba el murmullo...
Podían todos fijarse en la Atenas de Pericles, en la Roma de Octavio y herederos, en Florencia desde Dante hasta Miguel Ángel, en la Villa y Corte de Velázquez y Calderón de la Barca, en la capital francesa desde tiempos de Voltaire hasta las vanguardias, o en la Nueva York de los años postmodernos... No había que olvidar tampoco Zurich, Berlín, Londres, Estocolmo... Incluso el insulso y lento Neolítico constituyó una revolución cultural. ¿Y qué pintaba China en todo eso? Su revolución cultural, hasta la actualidad, hasta para el más inepto de los camaradas, habría sido una absoluta memez que costara millones de vidas. Y como se está viendo, sigue ahí el estiércol que todas las naciones se someten a oler.
Que Andy Warhol retratara a Mao como si fuera una Coca Cola, fina ironía, podría considerarse lo más revolucionario con respecto a China.
Vale; unas buenas tetas, unos pechos turgentes, generosos, de pezón ubérrimo y alegre, pueden ser inolvidables, sí, pero chocan bastante con la profesionalidad de la varonía, de los machos trabajadores. Y a la discreción carnavalesca se pueden unir más detalles, la expresión del hambre eventual, de la indigestión de chocolatinas industriales o de la exclamación ante hijos de mil padres, verbigracia, todo ello acentuado por la expansión en el despiste (más o menos involuntario) de los medios de comunicación. "Somos humanos", se podrá pensar. "Y animales", de ahí viene todo. ¿Qué se le va a hacer? Pocos fallan (y se incluye sin perdón el propio Vengando) en esto último.
Mientras descansaba, sentado en un banco, solo, fumando en medio de la noche, uno de los monos del famoso Jardín Babuino de Vengando, que se habría escapado o estaría de eventual expedición, llegó hasta él con una bombilla tras trastear en basura ajena. Ante el operario, se la puso sobre la cabeza, como si hubiera tenido una idea, idea fundida en todo caso.
-Eres el Ministro español de Industria, Miguel Sebastián.
El pequeño primate asintió.
-Te falta la nariz de payaso.
Algo indignado el simio, le hizo un amenazante gesto de cuello cercenado con una de sus manitas.
-Sí -dijo riendo el operario-, un poco mafioso también pareces.
Se levantó y asustando al animal un poco con el pie para que se alejara, siguió con su paciente tarea. La bombilla quedó rota contra el suelo. En breve amanecería.
¿Cuándo llegó a su fin el caos? ¿Finalizó en realidad? ¿Cuándo empezó? Siguiendo con teorías más que con prácticas, desde el desorden, desde la descontrolada coreografía de una danza frenética, también se podían crear obras maestras. No hacía falta equilibrio, ni armonía, ni siquiera demasiadas dimensiones más de las intuidas; bastaría con destruir la leyenda de un ser superior, un Gran Arquitecto, dibujando con su compás desde las nubes, o desde el Sputnik, impolutas circunferencias, continentes, océanos. No, en vez de eso, trazaría al azar huevos cuadrados, restregándole en la cara a Galileo que la geometría era una mierda, demostrando a su vez que las leyes de la gravedad no son algo tan grave que no se pueda evadir. Hasta los críticos gastronómicos podían desaparecer entre el bullicio, devorados, degustados por las circunstancias, minuto de silencio, de tanto caos, y hasta el marxismo se podía mirar desde otra perspectiva...