-No he llamado a los más altos mandos del ejército a esta reunión a puerta cerrada para nada. La guerra ha empezado. De hecho, fue declarada hace dos semanas. La situación es de casi absoluto silencio, pero no hay que confiarse. El enemigo se ha movilizado y tiene sus principales posiciones aquí, aquí y aquí, los únicos puntos de entrada por tierra. Este cerro es vital y lo compartimos ambos; desde el mismo, quien lo domine controlará la zona en una extensión de varias decenas de kilómetros a la redonda. Por el momento, nosotros mantendremos refuerzos en la frontera. No intentaremos entrar, aunque dos columnas de carros de combate, comandados por los oficiales no presentes, partieron ayer mismo hacia allá. Habrá también apoyo aéreo y de cuerpos de infantería desde aquí hasta aquí. He llamado ya a filas a todo hombre joven que pueda portar un arma. He habilitado refugios para los ciudadanos más indefensos, ancianos, mujeres y niños, en puntos estratégicos. Y he convocado el estado de excepción. Aunque no creo que haya ninguna, las deserciones se castigarán con la pena máxima. Archivos, edificios emblemáticos e institucionales, monumentos y obras de arte quedarán a buen recaudo. El palacio también será sellado y las redes ferroviarias sólo tendrán uso militar en principio, sanitario y humanitario después. En cuanto a los medios de comunicación, excepto en cuestión de alertas, darán toda noticia media hora después de que haya sucedido, censurando y silenciando todo lo que no proceda ser dicho. De la ciudad hacia el Norte no hay ningún obstáculo importante para el enemigo, ninguna ciudad ni punto de abastecimiento destacable que pueda encontrar, salvo los campamentos ahora montados, si se decide a invadirnos y nosotros cedemos. En principio, tengo dispuesto aguantar en esta situación unas semanas, aunque no llegará el crudo y difícil invierno antes de que actuemos. Mientras el enemigo no vuelva a mover pieza, no pasará nada. Exijo paciencia y templanza, pues, ante la posibilidad de que las otras potencias también se pongan de un lado o de otro. Su neutralidad no nos sirve. Habría que provocar de alguna manera que se inmiscuyeran, pero son complicadas las circunstancias como para poder hacerlo sin riesgo. En el caso de aliarse a nosotros, conseguiremos una gran oportunidad de victoria. Por el contrario, si rehusan tendernos su mano, es posible que la invasión sea un hecho. Para mayor tranquilidad diré que, antes de que llegara a la ciudad, firmaría la rendición; con condiciones, espero, pero la firmaría. No habrá problema en ello; el enemigo tampoco vive un buen momento. La crisis nos afecta tanto a nosotros como a ellos. De darse el caso, no obstante, pondré mi cargo a disposición de la Asamblea, de la cual, muchos de vosotros formáis parte. Mientras no llegue ese último instante, seguiré dirigiendo cada movimiento de vuestras tropas, y más vale que ninguno aproveche la tesitura para derrocarme. Mañana mismo, dejaré el Gobierno de la ciudad en manos de mi Consejero, al cual también estaré vigilando con lupa, y yo acudiré al frente para supervisarlo todo. Supongo, en fin, que no habrá ninguna duda... Está bien; preparémonos para lo peor.
-En las últimas semanas se me han sucedido sueños, mientras dormía, en que por extraños accidentes, personas desconocidas, que tenía muy próximas, caían muertas o malheridas. A mí mismo me podía haber tocado esa suerte, y sin embargo, me salvaba por muy poco. Yo intentaba ayudar, pero no podía hacer nada, y siempre acababa con las manos llenas de sangre... ¿Significará algo?
-No lo sé, Excelencia. Si entre mis cualidades le hubiera dicho que interpretaba sueños, no creo que me hubiera contratado; habría parecido una extravagancia.
-Podría ser... De todas maneras, resulta difícil dejar de pensar en que algo grande va a ocurrir.
-El lugar en el que nos hallamos lo conoce muy poca gente... Tenga cuidado de no resbalar... Hará centurias, esto eran unas ubérrimas minas, en la actualidad agotadas. Después pudo convertirse en refugio para civiles durante guerras pasadas o en tiempos de epidemias. También acogería a huídos de algún tipo de presidio o, como paso fronterizo, sería guarida de emigrantes, peregrinos y viajeros de unas tierras a otras. Habrá servido como sede clandestina para el intercambio de contrabando, o como polvorín secreto para la batalla. Si alumbra ahí con su linterna, podrá ver que esas piedras así formadas servirían para ritos paganos, o como simple mesa de algún anacoreta dado a la vida contemplativa y hasta de alquimistas locos. Y por supuesto, podrían haber sido aquí firmadas conspiraciones secretas, o en todo caso, en este recinto se habrían llevado a cabo crímenes y desafíos jamas desvelados. Hay recovecos testigos de amores primerizos, o de amores prohibidos y pasiones desenfrenadas. Nació y murió gente; muchos están aquí enterrados. Y es posible que algunos de tales hechos hayan coincidido en el tiempo... En esa zona más amplia, jóvenes rebeldes celebrarían fiestas y representarían papeles en actos teatrales para un público tan exclusivo como usted. Y aquellas aguas habrán inspirado a poetas y rapsodas mitos y leyendas con formas de mujeres maravillosas que aquí tomaban baños para su eterna juventud, o de monstruos que aún hoy pululan entre la cultura del pueblo. Nosotros pasaremos tan sólo una noche por las inclemencias del tiempo y después volveremos a palacio, pero, créame, Excelencia, que como aquí no sentiremos en ningún sitio que, si las paredes hablaran, podrían contar tan bien la historia entera de un país.
Había demasiado control en apariencia descontrolado. Unas logias podían depender de otras, quizás... Muy cierto era, sin embargo, al menos entre teorías conspirativas de fuerte calado, que de alguna grande dependían sistemas que recogían datos globales, locales, económicos, profesionales y personales, a veces muy personales, de gentes ajenas a las que llamaban clientela y a las que prestaban ciertos servicios más o menos positivos. Los mencionados datos, en principio, serían confidenciales, ofrecidos por los infelices de forma voluntaria incluso, pero llegaría el día en que los de arriba, de quienes se tenía apenas información, cambiarían las leyes para poder utilizarlos, para agarrar por los cojones a las masas, encaminarlas, adoctrinarlas, apoderarse de ellas, pedirles tributo y delatar y castigar, o aislar, a las partes que se desviaran o que tan sólo pretendieran su anonimato. Con tales datos, una dictadura silenciosa, en fin, ya había comenzado.
El género humano era así de raro. Pensó que, de hecho, si había un rey en España, verbigracia, era porque destronó al resto de los españoles. Y para él mismo habría deseado la misma situación, permitirse un capricho que los demás ni siquiera imaginaran poder llevar a cabo, despreciar, o depreciar al pueblo, por ser adorado. En eso podía consistir el contrato social perfecto, hipócrita y eficaz a la par. La mediocridad, en fin, se disparaba cada vez más en todo el mundo, sin apenas sentido crítico, y seguían triunfando los fanatismos de la banalidad.
-"Por fuerza yo ya he puesto una mejilla; usted pondrá la otra" -concluyó la lectura el Consejero de la declaración hostil, en alta voz, desde el asiento trasero. Estalló el mandatario en carcajadas, rotundo y jocundo, mientras se tambaleaba el vehículo sobre los riscos.
-¡No puedo creer que me tenga que enfrentar a enemigos tales! ¡Éste pensará que nos vamos a dar dos besos!
Iba a decir algo más cuando miró hacia su subordinado atrás y vio el cañón del blindado que seguía demasiado cerca la nuca del mismo. Pudo soñar con un atentado, con muchos, de los suyos propios, en alguna ocasión, tal vez...
-Para el vehículo.
Echado el freno por el soldado que conducía, dio orden con una sola mano de que todos los que formaban la retaguardia quedarán allí y montaran un puesto de vigilancia. Y cogiendo de la guantera un mapa tan amplio como sus terrenos y aledaños, Vengando mandó continuar. Atrás dejaban una nube de polvo acre y espeso por entre el cual se movían fantasmas.
-¿Estamos ya en terreno ajeno, Excelencia?
-A juzgar por aquellas formaciones rocosas, diría yo que sí... En realidad nuestras lindes terminan al otro lado de estas colinas de la izquierda, por tanto, sí, estamos en terreno ajeno, en terreno enemigo.
-Excelencia -dijo el soldado-, se acaba el camino.
A eso lo llamaba él camino... Pararon en seco (allí habría sido imposible lo contrario). Ojo por ojo, diente por diente, y mejilla por mejilla, se apostó sobre el parabrisas, sacudió su uniforme y oteó hacia el infinito con sus binoculares. "El enemigo es como la gelatina, se mueve pero no avanza"; tantas palabras ilustres y no recordaba al autor de tal frase. Percibió muy cercano el horizonte, pero yermo, demasiado yermo. Parecía como si más allá no existiera el mundo. ¿Merecería la pena arriesgarse tanto por lo que aparentaba ser tan poco?
Y hablando del mismo Karai Guasú del Paraguay, aquél tirano grandioso, hombre excepcional y libertador y creador de una patria, el Doctor Gaspar Rodríguez de Francia, Vengando pudo rescatar, de entre el enorme cúmulo de documentos que cubría su mesa, varias frases descolgadas, pura sabiduría, recogidas de la novela Yo el Supremo del maestro Roa Bastos...
"No es dueño de su miedo sino quien lo ha perdido".
"Sólo puede ser vencido el pueblo que quiere serlo".
"La muerte no nos exige tener un día libre. Aquí la esperaré sentado trabajando".
"Médico verdadero es quien ha pasado por todas las enfermedades".
"Los que traicionan una vez traicionan siempre".
"Que ninguno sea lo bastante rico para comprar a otro, y ninguno lo bastante pobre para verse obligado a venderse".
"La naturaleza no da esclavos; el hombre corruptor de la naturaleza es quien los produce".
"Supe que poder hacer es hacer poder".
"Cuando nada se puede hacer, se escribe".
"Yo no escribo la historia. La hago".
Ahí queda eso, pequeñas piezas inconexas, realidad y ficción del Doctor Francia.
"El que dice yo miento y dice la verdad miente sin lugar a dudas", puso Roa Bastos en boca del Karai Guasú paraguayo. Y de similar manera, Vengando, como hombre político, tras recibir entre otros los máximos reconocimientos del Toisón de Oro, la Legión de Honor, incluso la Orden de Lenin, decidió jurar ante una calavera de marfil con incrustaciones de lapislázuli que simulaba la de Dante Alighieri (todo falso) que si decía verdad o mentira sería una lotería para el resto de los mortales.
-Podría hacerme pasar por tonto y ceder a las presiones -vaciló Vengando e hizo a su vez un gesto burlesco-, sería quizás fácil, pero no me sale... Siempre pasa lo mismo, Consejero, siempre lo mismo. Creo que decido bien cuando digo que sólo tu y yo daremos la cara en cuanto a mis asuntos de Estado. ¿Te imaginas que nosotros contáramos con un departamento como ese? Sería impensable que un equipo propio de Comunicación me pudiera crear problemas que no tengo expandiendo datos exagerados, falsos incluso, ¡hasta de cara al exterior! Así podría correr la falsa rumorología sobre mi persona y mi Gobierno en libertad. Y todo es susceptible de ser llevado por el viento, por las parcas, por el leve fulgor de las estrellas, menos un buen invento. Ante injerencias tales, habría que destituir a todos los responsables, y también habría que desterrarles.
-Desterrarles, Excelencia, sería peligroso; se llevarían demasiada información.
El uniformado echó la vista atrás, a lo lejos, asumiendo en torno, desde la ventana de su despacho, el vasto y gris edificio de las prisiones.
-Entonces ya sabríamos lo que que hacer con incompetentes e indiscretos semejantes. De cualquier manera, supongo que no se dará una situación de tan indignante enjundia.
Claro que no; habría cosas que no podría hacer. Tampoco parece que pudiera recuperar el Virreinato del Perú o la corona de Argantonio, conseguir la cura contra el cáncer o redimir a antepasados perdidos y ganar en Waterloo. Tampoco podría acelerar partículas y destruir el mundo sin conceder por misericordia un día más, o remar como faraón entre los sueños del Nilo y la ultratumba de las estrellas. No podría chuparse uno de los codos, rediseñar el urbanismo de Pompeya, cantar ópera china o encalar los muros de la Capilla Sixtina. Y tampoco podría salir de las lindes de su propio cuerpo o viajar al Barroco a bufonearse ante Felipe IV. Quizás fuera capaz de hallar la velocidad de la luz en los haces de brillo que consiguiera de pulir los guardabarros del primer Hispano-Suiza de Picasso, pero tampoco lo haría; ¿para qué? En realidad, desde su magnificencia, no es que le faltaran medios, colaboradores, espacio o tiempo; no es que, al cabo, no pudiera, ya que lo podía todo si quería; es que había para él temas más importantes y no quería.
-Se podría decir que hasta la suerte le ha acompañado. Triunfó con facilidad sobre el anterior régimen. Acabó con la oposición interna. Desde el extranjero, pretendieron descubrirle con observadores internacionales y los repelió. Intentaron incluso indagar, sin éxito, en sus cuentas personales. Su diplomacia evitó guerras innecesarias. Su estrategia permitió ganar las imprescindibles. Capturó y castigó a desertores entre sus tropas, a traidores entre sus altos cargos, y a espías e informadores del exterior entre sus ciudadanos. Descubrió alijos de armas encubiertas en contenedores de cereal para la resistencia y en envíos anónimos, desmontadas, para francotiradores y terroristas. Tampoco erró su instinto en lo de los artefactos explosivos armados por completo dentro de botellas de vino que le mandaban como regalo supuestos admiradores en cajas de madera. Y sobrevivió a muy diversos venenos. Bajo su férreo mando, además, si no la política, la criminalidad ciudadana descendió a sus níveles más bajos, y sólo usted pudo luchar contra la incompetencia y la pereza y sofocar huelgas y rebeliones desacertadas. En fin, reinterpretó la historia. Con sinceridad, Excelencia, de lo que menos me preocuparía es de censurar críticas sin criterio que no llevan a ninguna parte. Por otro lado, habiendo llegado adonde ha llegado, ¿qué le haría cambiar? ¿Estaría dispuesto a hacerlo para peor? Sólo usted podría juzgarlo.
Y dado que, por asuntos de Estado, no tenía ni tiempo ni ganas, pensó en la obra maestra de otro hijo perdido, ganado, por suerte, para la humanidad...
Esquivando noticias negativas, pasando de tediosas genialidades, de hallazgos monstruosos o magníficos, se hundían las épocas oscuras en escándalos sin substancia y a cualquier tonto le inventaban un hijo, como si se hablara del tiempo del fin del mundo. Ciertas o falsas las noticias, la criatura por venir habría de llevar el peso para el resto de sus días. Y en cuanto a padres sin suficiente talento, se tuvo que acordar Vengando a la fuerza de Mozart...
-Soñé con la Emperatriz, por supuesto... Caminábamos en animada y privada conversación por los alrededores de su palacio, mientras nuestros séquitos buscaban el áspid que le podría haber dado, involuntaria en este caso, la misma muerte que a la gran Cleopatra tras salir de debajo de una pesada piedra. Me preguntaba si me arrepentía de algo. Su vestido crujía y deslumbraba como salido de un crisol. Yo le respondía que el peso de la culpa se lo dejaba a los niños; que hasta a mis subordinados, a los ciudadanos que tanto dependían de mí, les llegaba a reprochar ese sentimiento. Le comentaba también, su mirada clavándose en mí, que yo tenía mi cargo porque no me permitía sino tomar todas las decisiones y responsabilidades. A veces era difícil no pedir opinión, y llegaba a decir que habría admitido una democracia que me ayudara a saber qué hacer, pues muchos eran los momentos de importante y crítica duda. Ella asintió; lo entendía; lo vivía en sus propias carnes. Entonces, llegando a la portada principal, yo la cogía de la diestra. "Mis manos no deben derretir jamás el hielo que sostienen, de ahí mis desvelos, mis intentos de ubicuidad", concluí. Me inclinaba, así, a besar su anillo con devoción, para despedirme después de sus ojos dorados. Cuando bajaba las escaleras, el sol de cara se ponía tras el horizonte de cúpulas inmensas; me cubrían de sombra.
Ignoraba cómo explicar por qué dijo lo que dijo, escribió lo que escribió, e hizo lo que hizo, o por qué dejó de decir, de escribir o de hacer. De tenerlo que explicar, de hecho, no sabría ni por dónde empezar. Como si fuera Ubú Rey, miró con recelo el animal moribundo en que se había convertido la situación financiera ese primer día, el del regreso a la plenitud. El Consejero habló claro y conciso:
-Permítame, Excelencia, ser vulgar... Si cree que va a tirar su vida por el desagüe, intente atascarlo.
-Tan profundo, si llega tal situación, te cederé el honor de tirar de la cadena.