Sobrevolaba la ciudad de un extremo a otro, sabiéndose sublime, con la fuerza de las nubes para crear tempestades, con la grandeza de un astro que eclipsara el universo. Reflejo y a la vez esencia de los cielos, componía una imagen de incomparable belleza, con su lentitud casi estatuaria, su solemnidad y su elegancia.
Desde aquella altura, todo se veía tan pequeño, tan insignificante, que intentar aplastar el planeta entero, más que en una opción, podía convertirse en un acto ético y un deber poético. Cuestión de pura voluntad, al menos en la abstracción de la idea lo habría hecho; quedaba por escrito.
Atentado por VENGANDO a las 18 de Agosto 2008 a las 04:51 PMpreciosa la foto, un saludo.
Atentado por el angel de las mil violetas a las 23 de Agosto 2008 a las 06:22 PM