26 de Noviembre 2008

CENTAUROMAQUIA

-La misericordia y la sabiduría de Su Excelencia siempre han sido admirables -dijo cogiendo de bajo la mesa una linterna.

Le hablaba al Consejero un viejo celador de las prisiones sobre el tirano, el mandatario ausente por poco tiempo...

-¿Y dice usted que le conoció de joven?

-Incluso luchamos juntos antaño, pero eso ya es otra historia. Sígame por aquí, señor Consejero, que le voy a enseñar algo.

La densa humedad, y sobre todo, el hedor que inundaba esos angostos pasillos hicieron que el segundo del dictador sacara de su bolsillo un pañuelo y se lo echara a las narices. Todo eran escaleras, recovecos y penumbra. Si aquel hombre pequeño, de prematura vejez y medio tuerto le hubiera dejado abandonado allí, no habría sabido cómo volver a la luz. Llegó a temer por ello.

-Ya en los viejos tiempos veíamos que Vengando poseía unas cualidades excepcionales. Hasta hacía sombra a muchos de nuestros superiores en el campo de batalla. Que llegara adonde ha llegado sólo era cuestión de tiempo... Es ahí, a la derecha.

Llegaron ante una puerta de hierro del todo comida por el óxido y la mugre, y de entre sus llaves, el carcelero extrajo una tan igual a las demás que sólo la experiencia de años le habría hecho distinguirlas, aunque a lo mejor todas las llaves eran la misma. El funcionario abrió la puerta. La atmósfera se hizo aún más irrespirable, aunque el eufórico hombrecillo pudo apuntar al interior el foco de luz sin inmutarse.

-Mire los dibujos de las paredes. ¿Los vislumbra?

-Parecen caballos...

-¡Son centauros!

-¿Y a mí qué me importa que sean centauros?

Se templó la euforia del funcionario.

-Esta celda es especial. Su Excelencia la dispuso para sus principales enemigos internos. Y ordenó que se le informara de su evolución. El último preso que estuvo aquí no sé quién era, supongo que alguien muy importante para nuestro benefactor. Tras unos meses en los que pareció perder hasta la capacidad del habla, se decidió que tuviera unas pinturas, para que pudiera entretenerse con los muros. No sabemos si fue el hambre, la desesperación o la oscuridad del momento lo que hizo que se las comiera. Tuvo que ser sometido a un lavado de estómago. Desde entonces, Vengando dio orden de que se le alimentara como a los demás presos. Y con nuevas pinturas que le dimos empezó a dibujar en las paredes. Trazó centauros porque a través de esa única ventana, que da al Patio de Armas, por el espesor de los muros, entra muy poca luz y sólo durante un corto espacio de tiempo cada día, y lo único que podía percibir era las arengas de Vengando a sus soldados y las pisadas de su caballo. Por eso convirtió la efigie de Su Excelencia en un animal. Se volvió loco.

El Consejero no podía más; salió de la celda. Se preguntó entonces quién podía estar más loco, si el que aguardaba sojuzgado en prisión la clemencia de quien le había enviado allí por razones más o menos justificadas, si aquél que dictaba los designios del pueblo desde su capricho, o si eran sin más los ciudadanos que le seguían con fe ciega los que, demenciados, habían llegado a entender lo ininteligible y habían conseguido adaptarse a las circunstancias.

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Atentado por VENGANDO a las 26 de Noviembre 2008 a las 08:01 PM
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