Junto con el batallón de otro de sus lugartenientes, los hombres que dirigía Vengando entraron como cuchillas en terreno ajeno. A las trece horas y ocho minutos atravesaban las líneas fronterizas sin demasiada oposición, y hacia las catorce horas, la caída de la primera ciudad en el recorrido era un hecho. Pese a que había sido del todo desalojada, exceptuando los hospitales y las prisiones, e incendiada en gran medida, se ordenó que se avanzara tramo a tramo con la orden de fuego de cobertura para la vanguardia. Tampoco los helicópteros de apoyo dejarían de rondar por el cielo lleno de humos. Pronto los reporteros de guerra serían expulsados de los nuevos territorios de Vengando, pero uno de ellos podría haber ya tomado la histórica imagen en que él aparecería de espaldas subiendo las escaleras del desierto Palacio de la Gobernación, solemne, aunque no triunfante, mientras, vigilantes, varios soldados miraban hacia lo alto de los edificios en busca de francotiradores. No había aún nada que celebrar; la mayoría de los lugartenientes no avanzaba y algunos combates no demasiado decisivos se habían estancado a primera hora de la tarde. Podían traicionar y rodear a Vengando; él no podía olvidar tal riesgo, y no dudaría en retroceder si llegaba a ver que perdía el control, o ante el peligro de una lucha de guerrillas desde el exterior. Por el momento instalaría la base en la plaza principal de la población, abriría hasta la estación central las vías del ferrocarril hacia sus dominios, cerraría las carreteras más importantes y radiales e invitaría a sus soldados al saqueo de lo poco que quedaba.
Atentado por VENGANDO a las 13 de Octubre 2008 a las 08:05 PM