A Vengando le encantaba la extorsión; sabía de una historia mundana que constituía de ello buen ejemplo. En la misma, las instrucciones estaban claras, todo sobre un infeliz desempleado. Y como el mísero poseía aún suficiente cordura, había que volverle loco. Para impeler sus ánimos cada día, se le debía presionar en asuntos distintos e incompatibles entre sí, y por supuesto, se le cuestionaría cualquier acción que emprendiera, por insignificante que se considerara. Habiendo conseguido un curso por su situación de parado (y habiéndosele casi impuesto), en su momento se le debía decir que lo aprovechara, que de encontrar un trabajo no debería aceptarlo. Otro día habría que comentarle que hiciera una o dos carreras más, de los años que fueran, a su edad, para que consiguiera empleo más "pronto"; el curso ya no valía. Otro día más, era interesante repetirle que tenía que conseguir trabajo cuanto antes, aunque ya no tuviera que vender el alma, tan sólo regalarla con el cuerpo. Incluso otro día, habría de recordársele que varias de sus falsificaciones de obras de arte se encontraban aún a medio hacer, así como otros encargos más inocentes y absurdos, o que de escribir algo, otra de sus dedicaciones, cambiara su estilo, porque quienes tenían la misión de alienarle no lo entendían. Lo que se le decía una noche, a la mañana carecía de valor y era todo lo contrario. Fuera de interrogatorios aún más inquisitivos, se le preguntaría de continuo qué novedades se habían sucedido, pese a la consciencia absoluta de una habitual escasez de buenas noticias. No haría falta mencionarle que de irse de vacaciones, por mucha época estival y dada la situación general, no había nada que hacer, pero ni siquiera era lícito que saliera de casa, tanto menos cuando se insistía en que todo lo que fueran compañías o cualquier otra eventualidad que costara dinero resultaba peligrosísimo. Él nunca había pedido nada, y "no le iba a faltar de nada", pero esa tenía que ser una de las cuestiones primordiales. Siempre estaría mejor enclaustrado en su studiolo. Y desde una moral de lo normal y lo lógico, por muchos años infructuosos que pasaran con la misma historia, se le debía convencer de todo ello, una lucha psicológica sin cuartel entre las pulgas opinadoras y el perro flaco. Todo valía menos callarse.
Aunque no demasiado precisos, se conocían varios finales de tal relato. Lo cierto fue que se proyectó basar en semejante método una terapia de choque para los manicomios. Los enfermos habrían de acabar tan mareados que, hartos, desecharían ellos mismos la locura de su persona.
Y es que esa debía ser la idea de una vida plena, con dos cojones.
Atentado por VENGANDO a las 22 de Julio 2008 a las 04:07 PM