Su evolución era lógica, natural... Empezó intentando ser (hacerse) artista, después pasó por emular a un crítico de arte, caso omiso del resto del mundo, para al final acabar como intento de coleccionista y atesorador y en efecto crítico de todo, ya que estaba harto de casi todo. Debía abarcar lo máximo posible, pero con la menor responsabilidad; de no ser bola de demolición, péndulo del caos, no serviría para nada. Hasta entonces, todo esfuerzo habría sido inútil. Y si una idea dadaísta de la destrucción por la destrucción, por amor al arte, podía tener sus límites, estos no se iban a encontrar, por supuesto, en lo que todavía quedaba en pie. Para destruir siempre había algo con qué jugar, construido por otros, y tiempo, ilimitado y sin noción de culpa, y dentro de ese tiempo, por entre las cenizas, alguna vez tronarían de nuevo los ultramundanos graznidos del Ave Fénix para arrasar y dejar yermos los más fructíferos campos, hasta el Parnaso; hasta la Aurora, crispados sus dedos de rosa, con los cabellos en llamas perseguida hacia el horizonte en pos de una noche más fría y más larga. Quizás Lautréamont, Nietzsche o Tristan Tzara, allá donde y cuando se encontraran, se sentirían orgullosos. O quizás repudiarían la idea misma. Importaba poco.
Atentado por VENGANDO a las 14 de Julio 2008 a las 04:44 PM