El ser humano no estaba hecho para sobrevivir, sino para vivir en la opulencia, en la comodidad y en la gloria; para eso era la especie superior; para eso había evolucionado. Y en un intento último de atar perros con longanizas y matar moscas a cañonazos, pretendió el mandatario promulgar un nuevo texto, base, quizás, de un cambio más extremo. Eran planes que se dejaban llevar por una corriente que parecía ir a perderse, a morir en un océano inmenso. Y de tal manera, por ejemplo, se declaraba en una serie de artículos que el trabajo no volvería a ser un privilegio abstracto de los ciudadanos, sino un deber físico del propio Estado para con ellos. Cualquier hombre útil tendría una misión, aunque fuera de limpiabotas, de camillero o de jardinero, si no de soldado; habría de colaborar en el enriquecimiento de la comunidad, no ser su lastre. La nacionalización de los oficios para los desempleados puede que naciera ya muerta, pero tan cerca de la ruina absoluta no podía haber otro remedio. Casi economía de guerra, era incompatible cualquier opción a la inactividad y al descanso.
Atentado por VENGANDO a las 9 de Diciembre 2008 a las 04:40 PM