Le veían ridículo, pomposo, paseando por sus jardines, mientras le seguía el tablero de alabastro portado por cuatro sirvientes empelucados, esperándole paciente su contrincante, el tesorero, sentado junto a la estatua ecuestre. Por supuesto, nadie pensaba que estuviera haciendo nada de utilidad, sobre todo al tener en cuenta que, habiendo retomado casi dos años después el poder, parecía sólo dedicarse a invertir en obras de arte y en historias varias, a preocuparse por cómo evolucionaban la biografía y la crónica estatal que había ordenado se fueran redactando, y a llevar, en apariencia, una vida bastante ociosa. Quizás sólo su secretario presumía que tal vez no sólo iba a mover alguna de las piezas que detrás le acompañaban; que el jaque sobre otros tableros también lo podía estar preparando; que no dejaba de ser un factótum inexorable, tanto o más que el de Rossini.
Atentado por VENGANDO a las 28 de Mayo 2008 a las 11:45 PM